Tuesday, May 15, 2007

El enviado (relato)

Giraban las manecillas de un reloj empotrado en la pared, con un ruido seco y una gotera enmohecía la madera del suelo.
Jaló el gatillo con un instinto animal; casi salvaje…tenía la mente clara, libre de disyuntivas morales…el sudor frío parecía retroceder, como si de golpe no sintiera miedo…y se preguntó si acaso no había sido ese su mayor deseo, un placer latente que albergaba en lo más recóndito de su ser…
El señor G. observaba a su presa, sin un atisbo de humanidad, parecía alejado de todo aquello: el cráneo destruido, la sangre manando a borbotones, el olor a pólvora y muerte...

Pensó que nunca había sentido mayor plenitud y calma; ahora entendía la banalidad de todo lo existente, el sinsentido…
El sujeto se irguió, y realizando un movimiento leve y acompasado se dirigió hacia el rellano de la puerta… Desde allí el paisaje era completamente sublime: un hombre recostado en su cama, con un agujero en la nuca, dormía apaciblemente.
El señor G. roció el recinto con abundante combustible, prendió una de sus cerillas viejas y la echó sobre las cobijas…
Bajó las escaleras rápidamente, mientras tarareaba su blues favorito…Una vez afuera lo esperaba el señor H.
-Concluido…-le dijo duramente y con la voz firme, infranqueable…

Detrás, las llamas lamían las paredes y convertían en cenizas el mantel bordado de la tía Elvira.

2 comments:

Mari said...
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Mari said...

No sabía que tomabas té. Me parece que es mentira porque el otro día te ofrecimos con mari y no quisiste.

Yo pensé que eras de la banda del mate.

Siempre te reivindicaste matera.

Ya no se puede confiar en nadie.

Beso!

Pd: muy buenos tus textos literarios, pero no me gusta la crítica así que no digo nada más.

Gracielita